Tu mente se torna
insignificante,
encerrada entre
bonitas paredes
pintadas de buenas
palabras
que esconden el oscuro
mecanismo
de la máquina que baña
tu cerebro.
Tu mente se vuelve
obtusa,
andás por la vida
predicando las
enseñanzas
de un dios timbero y sagaz,
que apuesta tu
inocente inteligencia
y siempre obtiene lo
que quiere.
Tu razón está ciega y
sorda,
te empecinás en tomar
el mismo camino
sin percibir la pesada
mano
que te arrastra a sus
deseos.
Y vos por ahí,
hablando de libertad.
Porque esa omnipotencia
no te deja pensar ni
escuchar,
todo un sistema hecho
para que seas así
y vos alardeando con
tu idea
de tener la única
solución.
Todo en tu planeta es
absoluto,
armado con grandes
argumentos
que te hacen tan
fanático
como a quienes
criticás.
Es que es difícil
hablar
con un
fundamentalista.
Es muy difícil hablar
con quien no sabe
escuchar.
El día que te saques
la venda
vas a poder ver a la
máquina
y a sus oscuros
operarios.
Y vas a entender que
el mundo
no necesita renovar
empleados,
sino una violenta
sacudida
que lo cambie por
completo…