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miércoles, enero 19, 2011

Qué lindo eras, mundo...


Qué lindo era ver a la gente
saludándose en la calle,
ver a la muchachada alegre
reunirse en una plaza o un bar.

Qué lindo era escuchar,
percibir el timbre de voz ajeno,
no sólo machacar los dedos
en cuadraditos de plástico.

Qué lindo era mirarse, tocarse;
Sentir personas alrededor.
Me siento muy estúpido
mirando al frío cristal.

Qué lindo era charlar, discutir.
La sobremesa, un placer asesinado
por el cañón de rayos catódicos
y de la mierda más putrefacta.

Qué lindo era leer una carta, un libro.
Qué lindo era escribir locuras.
Qué lindo era vibrar con el viento,
respirar el aire cálido de la tarde
robado por vacíos chimentos.

Pero mejor que todo eso
es saber que todavía
quedamos algunos interiores
peleando porque estos placeres,
olvidados por la modernidad,
no se mueran jamás.

Y salvarlos de las garras del “progreso”,
porque si progresar es aislarnos,
 prefiero morir siendo un insano
que disfruta viendo las estrellas
un lunes a las diez de la noche…

sábado, enero 15, 2011

Olas salvajes


Olas salvajes rompiendo en el umbral de la vida. Quiero frío. Afuera se congela el viento, las aves caen como flechas de hielo. La gente muere en sus madrigueras. En cambio aquí, el agua grita y su vapor inmundo corroe las paredes. Y máquinas que taladran mi cabeza con un sonido ensordecedor. Máquinas, calor, mucho calor. Y ese ruido insoportable, esa orquesta demoníaca hablándome al oído, aturdiendo mis sentidos. El vapor ácido inunda mis pensamientos, el ardor sofocante se vuelve más intenso, las paredes se tiñeron de un rojo siniestro. Una sinestesia fatal confunde mis percepciones, pues veo notas musicales que se elevan desde el suelo. Y ríos de lava pasan a mi lado, con pequeños cangrejos negros en la superficie. Y esas máquinas, ese azote del destino, ese infernal sonido, ¡Dios! Esas moles metálicas, legiones de ellas produciendo ese ruido atroz, desesperante. Y el calor sangriento, el vapor inhumano, mastico azufre, la garganta seca, el aire caliente, la temperatura por las nubes y ¡Dios santo, ese ruido! ¡Por favor callen a las máquinas! Me estalla la cabeza, me palpita el corazón ausente, es un sufrimiento horrible, una tortura indescriptible, el calor me sofoca, el ruido que me atormenta sin piedad, esas máquinas de muerte que nunca se apagan…¡BASTA! No lo aguanto, no lo soporto, me estalla el cerebro… ¡BASTA, NO PUEDO MÁS! Y de repente… Silencio. Sólo se oye susurrar al viento helado. Y olas salvajes rompiendo en las manos de la Muerte…